Definir qué es la creatividad es una ardua tarea, aunque cualquiera pueda reconocer sus signos en los demás. Entre los hombres de negocios, se la llama innovación. En el mundo de las artes, coquetea con la inspiración. En el ámbito científico, se la asocia con la genialidad. Pero la creatividad incluye imaginación, intuición, hipersensibilidad y curiosidad, además de autonomía y falta de respeto a las convenciones y prejuicios.
La mayoría de las definiciones de creatividad aluden al proceso mental que genera algo nuevo, diferente de lo conocido y, a la vez, apropiado. Creatividad es resolver un problema de una forma original. Inspiración, imaginación, descubrimiento inesperado, conocimiento exhaustivo sobre un tema y libertad para pensar sin estereotipos: estas son algunas de las condiciones necesarias (pero no suficientes) para ser creativo. "Lo fundamental es tener una pasión obsesiva por un tema, pensarlo por fuera de lo establecido pero enfocándose en un problema específico", dice Lisa Aziz-Zadeh, profesora del Instituto del Cerebro y la Creatividad, en la Universidad del Sur de California. La cuestión es cómo se desarrolla la creatividad. ¿Es posible aprender a ser creativo? ¿Es posible, incluso, enseñar a ser creativo?
"El interés en un arte lleva a un alto estado de motivación que produce una atención sostenida, necesaria para mejorar la performance y el entrenamiento de la atención que lleva a una mejora en otros dominios cognitivos", afirma Michael Gazzaniga, uno de los mayores expertos mundiales en neurocognitivismo. Más irónico, George Bernard Shaw dijo: "La imaginación es el comienzo de la creación. Usted imagina lo que desea, usted quiere lo que imagina y al final usted crea lo que quiere".
Bach, Mozart, Picasso, Joyce, Einstein, E. E. Cummings, Darwin, Le Corbusier, Piazzola, Martha Graham, Van Gogh, Jackson Pollock y hasta Bill Gates: es fácil hacer una lista de personalidades creativas de la cultura universal. Pero es en el jazz en donde reina soberana la creatividad. No hay improvisación sin creatividad, y no hay jazz del bueno sin improvisación. Que lo digan John Coltrane o Keith Jarrett. Mejor aún: que lo demuestren los científicos de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, que publicaron recientemente un estudio en el que localizaron, mediante imágenes de resonancia magnética, los centros cerebrales que se activan cuando los músicos de jazz improvisan.
Hablar es improvisar. El tipo de actividad cerebral que producen los músicos de jazz también estaría presente durante los comportamientos improvisados que son parte integral de la vida en otros artistas y en quienes no lo son. Por ejemplo, la gente está todo el tiempo improvisando palabras durante sus conversaciones o ideando soluciones a los problemas que se le presentan en la vida cotidiana. "Sin este tipo de creatividad, los seres humanos no habríamos avanzado como especie. Es una parte integral de lo que somos", insiste Limb.
"Cuando pensamos en improvisación tendemos a pensar en primer lugar en música o teatro o danza improvisados; pero más allá de los placeres que brindan, estas formas del arte son puertas hacia una experiencia que constituye el total de la vida cotidiana. Todos somos improvisadores", dice el violinista y escritor Stephen Nachmanovitch. "La forma más común de improvisación es el lenguaje común. Al hablar y al escuchar, tomamos unidades de un conjunto de ladrillos (el vocabulario) y reglas para combinarlos (la gramática). Esto lo hemos recibido de nuestra cultura. Pero las frases que armamos con ellos tal vez nunca fueron dichas antes y tal vez nadie las dirá después. Toda conversación es una forma de jazz ", escribe Nachmanovitch en Free Play.
No solo el cerebro contribuye a la creatividad. También parece verdadero lo opuesto: el entrenamiento artístico mejora el cerebro en general y en sus conexiones particulares. No se trata de una relación causa-efecto, sino de una correlación sorprendente entre arte y actividades cognitivas cerebrales que los expertos en neurociencias están empezando a investigar.
Los niños, en este sentido, reciben un beneficio secundario si estudian música: además de disfrutar de ella, el resto de su cerebro (acaso el más importante de los instrumentos) se vuelve capaz de realizar creativamente muchas otras actividades cognitivas, entre las cuales se destacan la lectura, el aprendizaje secuencial y la capacidad de utilizar representaciones geométricas. Quizás el precoz músico no llegue a ser reconocido como un violinista consumado o un pianista de jazz de esos que hacen historia, pero podría llegar a brillar como escritor. Alejandra Folgarait / Para La Nación
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