domingo, febrero 02, 2014

¿Por qué nos gusta la música que nos gusta?

¿Consonacia o Disonancia?. En la música, el concepto de consonancia y disonancia ha ido variando a lo largo de los años, porque no dejan de ser conceptos subjetivos que dependen de las reglas y cánones que rigen la composición musical de cada época.
En cualquier caso, todos tenemos una idea innata de qué música nos parece consonante o disonante o en que combinación ambos parámetros se mezclan. Dejando a un lado las explicaciones matemáticas y fisiológicas, para el pueblo llano se supone que consonantes son los sonidos que se perciben distendidos, mientras los disonantes provocan cierta tensión al escucharlos.
Nuestros cerebros y las escalas musicales que utilizamos parecen haber coevolucionado. No es ningún accidente el que tengamos esa curiosa disposición asimétrica de notas en la escala mayor: es más fácil aprender melodías con esa ordenación.
Periodos críticos de aprendizaje y Neuroplasticidad. Sabemos que hay períodos críticos para la adquisición de nuevas habilidades. Por ejemplo el lenguaje, si el niño a los 6 años no ha aprendido el idioma, nunca aprenderá a hablar con la facilidad que caracteriza a la mayoría de los nativos de dicho idioma.
Con la música y con las matemáticas el margen es más amplio, pero no ilimitado. Si un estudiante no ha recibido lecciones de música o matemáticas antes de los 20 años, aún puede aprender esas materias, pero con gran dificultad,
Esto es debido a la trayectoria biológica del crecimiento sináptico. Las sinapsis del cerebro están programadas para crecer durante un número de años, haciendo nuevas conexiones. Después de ese período, hay un cambio hacia la poda, para librarse de conexiones innecesarias. Eso es la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse. Los niños y adolescentes tienen una capacidad neuroplástica mucho mayor.
¿Simple o complejo?. El equilibrio entre simplicidad y complejidad en la música también influye en nuestras preferencias. Existe una relación metódica entre la complejidad de una obra artística y lo que nos gusta. Por supuesto que complejidad es un concepto subjetivo. Lo que a una persona le parece aburrido y de una simplicidad odiosa, a otra podría parecerle fácil de entender, debido a diferencias de formación, experiencia,  interpretación y esquemas cognitivos.
Los esquemas lo son todo, estructuran nuestra comprensión; son el sistema en el que emplazamos los elementos y las interpretaciones de un objeto estético. Los esquemas alimentan nuestras expectativas y nuestros modelos cognitivos.
Cuando una pieza musical es demasiado simple tiende a no gustarnos, nos parece trivial. Cuando es demasiado compleja, tiende también a no gustarnos, nos parece imprevisible: no percibimos que esté asentada en algo familiar. La música, como toda forma artística en realidad, tiene que lograr para que nos guste el equilibrio justo entre sencillez y complejidad.
Una pieza nos parece demasiado simple cuando es tan previsible que resulta trivial, parecido a algo que hemos oído antes y que no nos plantea el menor reto. Mientras la música va sonando el cerebro va pensando por delante cuáles son las diferentes posibilidades para la nota siguiente, hacia dónde va la música.
Las reacciones a lo no previsible son diferentes en cada persona.
La música que contiene demasiados cambios de acordes, o una estructura con la que los oyentes no estén familiarizados, puede conducir directamente al botón de stop. Y esto puede suceder con estilos tan dispares como el  jazz o el math metal.
Escuchar nuevas músicas…¿pereza o desafío?. Intentar apreciar nueva música puede ser como considerar una nueva amistad, teniendo en cuenta que lleva tiempo y que a veces no hay nada que puedas hacer para acelerar el asunto. Si oímos una pieza radicalmente nueva el suficiente número de veces, parte de esa pieza acabará codificada en el cerebro y formaremos hitos. Si no lo has hecho nunca, el trabajo puede ser titánico, si lo has ejercido a lo largo de tu vida, resultará un entretenimiento ameno, divertido y enriquecedor.
No entender la forma sinfónica o la forma de sonata, o la estructura AABA (verso-verso-coro-verso) de una pauta de jazz es el equivalente en escuchar música a conducir por una autopista sin señales de tráfico; no sabes donde estás, ni cuando llegarás.
Otros parámetros que  también influyen. Los propios elementos de la música pueden suponer una barrera que impida apreciar una nueva pieza. Si la música es demasiado fuerte o suave puede resultar problemático, incluso el registro dinámico (la disparidad entre las partes del sonido más fuerte y más suave) puede hacer que algunas personas la rechacen.
El que quiera escuchar música para relajarse o para estimularse es probable que no quiera escuchar un tipo de música que recorra toda la gama de intensidades.
El ritmo y las pautas rítmicas influyen en nuestra capacidad para apreciar una composición o un género musical determinado. El timbre es otra barrera para muchas personas.
La música sublima lo humano. Por supuesto, nuestras preferencias musicales están condicionadas también por la experiencia y el resultado de dicha experiencia, positivo o negativo. La experiencia sensorial nos causa placer y su familiaridad y la seguridad que esa familiaridad nos aporta nos resultan gratas.
Muchos sentimos que la buena música nos conecta con algo mayor que nuestra propia existencia, o con otras personas. Incluso cuando la buena música no nos transporta a un lugar emocional trascendente, puede cambiar nuestro estado de ánimo. Es comprensible pues, que podamos mostrarnos reacios a bajar la guardia, a prescindir de nuestras defensas emotivas, con cualquiera.
El poder del arte consiste en que puede conectarnos entre nosotros, y con verdades más amplias sobre lo que significa estar vivo y lo que significa ser humano. Las conexiones con el artista o con lo que el artista representa pueden formar parte de nuestras preferencias musicales.

Fuente: Daniel Levitin / Ciencia-Filosofía-Música / filotecnologa.wordpress.com

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