(...Y otros síndromes)
De la responsabilidad que tienen los formadores de opinión, del compromiso que se establece entre el emisor, quien recibe y lo emitido, a veces se deja mucho por hablar.
Sentenciaba Harold Gramatges, con sobrada e innegable razón: ..."El hombre hoy vive inmerso en música (desgraciadamente más mala que buena) y tal condición genera hábitos. A veces alguien dice: a mí me gusta esto, y lo que no sabe es que lo han obligado a que le guste".
Esto me recuerda de alguna manera al "síndrome de Ottinger" (*) y esa dicotomía entre lo verdadero (bueno) y lo falso (malo) y la imposibilidad de sostener lo malo ante lo finalmente evidente.
Comenta Andrés Ortega (Fride): "...Negroponte acuñó hace tiempo el concepto del Diario Yo (Daily Me, que también podría llamarse TV Me o simplemente Medium Me), a saber, la capacidad de cada cual de seleccionar las noticias o el tipo de información que recibe, según sus gustos o preferencias. Esto puede llevar a la gente a encerrarse en sus propias creencias, a evitar las sorpresas que suelen brindar los medios más tradicionales, Sunstein alertó del peligro que supone exponerse sólo a la información que uno quiere, que se refuerza con lo que los psicólogos llaman la "propensión inconsciente a la confirmación" de nuestras preferencias sean musicales, políticas o de cualquier otro tipo".
Tomando para el caso lo expresado por Jesús Rodríguez en un artículo, uno podría preguntarse si una gran parte de la población de nuestros pueblos, no está sufriendo actualmente el "síndrome Estocolmo" (**), ya que se encuentran prisioneros de los medios de comunicación y actúan así en consecuencia: simpatizando con su atormentador (los medios).
Un mal lector puede hacer malas lecturas de un buen texto -entendiendo "bueno" y "malo" en parámetros de calidad-, e incluso un buen lector puede hacer malas "lecturas" (teoría crítica de C. S. Lewis); sin embargo, un artista del que se pueda hacer una sola buena "lectura" ya supone que ese artista pueda ser bueno, aunque la crítica o los valores establecidos consideren que sea un mal artista. Es una de las formas eficaces para explicar que un artista, música o género, que hoy sea considerado como bueno, mañana pase a considerarse como malo o viceversa.
Para estimar si un artista y su obra es bueno o no, es vital partir no desde un capricho personal, sino desde el conocimiento.
Pat Martino por su parte expresa: "...La verdadera música, como todo el verdadero arte es una experiencia para ser compartida, y no juzgada, porque el elogio no puede hacerla compartida, porque el elogio no puede hacerla mejor, y la crítica no puede hacerla peor".
A título personal agregaría: en cuestiones de jazz, de arte, como en tantas otras, uno puede hablar de lo que le gusta o le disgusta, de lo que le llega y siente, pero nada más.
Sin duda, no se puede ser objetivo, siempre subyace nuestra subjetividad por lo que la ecuanimidad es lo que se busca, ciertamente, sin tener que "caer en gracia" ni ser complaciente.
Hay, y vaya si los hay psuedo-críticos u opinadores de jazz que son muchas veces como "comentaristas de sexo" hablan de algo que probablemente no pueden hacer y que es muy difícil describir.
Claro que, es evidente que todo periodista tiene el derecho de hacer comentarios sobre cualquier tema que se le ocurra, aun no siendo experto, pero cuando se trata de criticar la cosa es muy distinta porque para criticar, hay que saber. Y no solamente ser experto, sino que hay que ser más experto que aquel a quien se critica, pues de lo contrario la crítica es lisa y llanamente un acto de irresponsabilidad.
Otra vez unos pocos.
De la responsabilidad que tienen los formadores de opinión, del compromiso que se establece entre el emisor, quien recibe y lo emitido, a veces se deja mucho por hablar.
Sentenciaba Harold Gramatges, con sobrada e innegable razón: ..."El hombre hoy vive inmerso en música (desgraciadamente más mala que buena) y tal condición genera hábitos. A veces alguien dice: a mí me gusta esto, y lo que no sabe es que lo han obligado a que le guste".
Esto me recuerda de alguna manera al "síndrome de Ottinger" (*) y esa dicotomía entre lo verdadero (bueno) y lo falso (malo) y la imposibilidad de sostener lo malo ante lo finalmente evidente.
Comenta Andrés Ortega (Fride): "...Negroponte acuñó hace tiempo el concepto del Diario Yo (Daily Me, que también podría llamarse TV Me o simplemente Medium Me), a saber, la capacidad de cada cual de seleccionar las noticias o el tipo de información que recibe, según sus gustos o preferencias. Esto puede llevar a la gente a encerrarse en sus propias creencias, a evitar las sorpresas que suelen brindar los medios más tradicionales, Sunstein alertó del peligro que supone exponerse sólo a la información que uno quiere, que se refuerza con lo que los psicólogos llaman la "propensión inconsciente a la confirmación" de nuestras preferencias sean musicales, políticas o de cualquier otro tipo".
Tomando para el caso lo expresado por Jesús Rodríguez en un artículo, uno podría preguntarse si una gran parte de la población de nuestros pueblos, no está sufriendo actualmente el "síndrome Estocolmo" (**), ya que se encuentran prisioneros de los medios de comunicación y actúan así en consecuencia: simpatizando con su atormentador (los medios).
Un mal lector puede hacer malas lecturas de un buen texto -entendiendo "bueno" y "malo" en parámetros de calidad-, e incluso un buen lector puede hacer malas "lecturas" (teoría crítica de C. S. Lewis); sin embargo, un artista del que se pueda hacer una sola buena "lectura" ya supone que ese artista pueda ser bueno, aunque la crítica o los valores establecidos consideren que sea un mal artista. Es una de las formas eficaces para explicar que un artista, música o género, que hoy sea considerado como bueno, mañana pase a considerarse como malo o viceversa.
Para estimar si un artista y su obra es bueno o no, es vital partir no desde un capricho personal, sino desde el conocimiento.
Pat Martino por su parte expresa: "...La verdadera música, como todo el verdadero arte es una experiencia para ser compartida, y no juzgada, porque el elogio no puede hacerla compartida, porque el elogio no puede hacerla mejor, y la crítica no puede hacerla peor".
A título personal agregaría: en cuestiones de jazz, de arte, como en tantas otras, uno puede hablar de lo que le gusta o le disgusta, de lo que le llega y siente, pero nada más.
Sin duda, no se puede ser objetivo, siempre subyace nuestra subjetividad por lo que la ecuanimidad es lo que se busca, ciertamente, sin tener que "caer en gracia" ni ser complaciente.
Hay, y vaya si los hay psuedo-críticos u opinadores de jazz que son muchas veces como "comentaristas de sexo" hablan de algo que probablemente no pueden hacer y que es muy difícil describir.
Claro que, es evidente que todo periodista tiene el derecho de hacer comentarios sobre cualquier tema que se le ocurra, aun no siendo experto, pero cuando se trata de criticar la cosa es muy distinta porque para criticar, hay que saber. Y no solamente ser experto, sino que hay que ser más experto que aquel a quien se critica, pues de lo contrario la crítica es lisa y llanamente un acto de irresponsabilidad.
Otra vez unos pocos.
Volviendo con Andrés Ortega cuenta que: la civilización, escribió Goethe, es "un permanente ejercicio en el respeto. El respeto a lo divino, a la Tierra, al prójimo y, por ende, a nuestra propia dignidad". La idea del respeto es más prometedora que la de tolerancia. Para ello, hay que partir del reconocimiento del otro, de los otros, y conversar con todos, incluso los que parecen pocos. Hablar por hablar se dirá. No es poco. Conversar sobre las diferencias, desde las diferencias, y, sobre todo, a pesar de las diferencias, no es fácil. Pero se ha de intentar. Se trata de convivir, no de convencer y menos aún de convertir. Estamos condenados a relacionarnos, no a entendernos, parece...
(*) La inadecuación entre la imagen pública de los sujetos y la de su personalidad se conoce como: El síndrome de Ottinger.
En la comunicación política y el marketing los asesores crean un perfil público en el que los políticos o candidatos (producto) deben encajar. La línea de puntos que indica por donde recortar el personaje la dibujan los gustos mayoritarios de la sociedad. Toda una serie de indicaciones que tiene como resultado la edición de la imagen perfecta y necesaria.
(**) El Síndrome Estocolmo deriva su nombre de un suceso ocurrido en el verano de 1973, cuando cuatro personas fueron tomadas como rehenes en el robo chapucero de un banco, el Kreditebanken en Estocolmo, Suecia. Al final de su cautividad, seis días más tarde, los rehenes se resistían activamente a ser rescatados, luego se negaron a testificar contra sus captores, y recolectaron dinero para la defensa de estos; además una de las rehenes se comprometió en matrimonio con uno de sus captores encarcelado.
(*) La inadecuación entre la imagen pública de los sujetos y la de su personalidad se conoce como: El síndrome de Ottinger.
En la comunicación política y el marketing los asesores crean un perfil público en el que los políticos o candidatos (producto) deben encajar. La línea de puntos que indica por donde recortar el personaje la dibujan los gustos mayoritarios de la sociedad. Toda una serie de indicaciones que tiene como resultado la edición de la imagen perfecta y necesaria.
(**) El Síndrome Estocolmo deriva su nombre de un suceso ocurrido en el verano de 1973, cuando cuatro personas fueron tomadas como rehenes en el robo chapucero de un banco, el Kreditebanken en Estocolmo, Suecia. Al final de su cautividad, seis días más tarde, los rehenes se resistían activamente a ser rescatados, luego se negaron a testificar contra sus captores, y recolectaron dinero para la defensa de estos; además una de las rehenes se comprometió en matrimonio con uno de sus captores encarcelado.
Ilustración: Santa Cecilia, patrona de la música.
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