jueves, mayo 07, 2009

Las llamadas "culturas juveniles".

Los padres de los adolescentes actuales forjaron su estilo adulto en culturas que les permitieron una adolescencia típicamente juvenilizada, algo que les fue vedado a las generaciones previas, socializadas en culturas tradicionales. Así, los adolescentes actuales deben gestar su oposición generacional frente a padres juvenilizados, menos tradicionales y formales, más descontracturados y liberales, y hasta protagonistas de la rebelión generacional de los sesenta y los setenta. Es decir que son hijos de personas fogueadas por el espíritu juvenil.
En este punto entonces es donde hay que plantear las diferencias. Los jóvenes actuales tienen un espacio de transgresiones que se ha reducido. Ya no está en el sexo, ya no está en la "música joven", y si está, no está más en el rock y sus variantes, ya no está siquiera en las drogas. La transgresión está en la radicalización del estilo, lo que lleva a la proliferación de formas musicales, indumentarias, estéticas y de presentación de sí ante los otros que busquen romper la aceptación adulta: esto hace que ciertas expresiones de las culturas juveniles sean cada vez más encriptadas, secretas y retraídas, pero al mismo tiempo extremas y vociferantes, depresivas en algunos casos, desesperadas en otros, pero siempre desafiantes y amplificadas en su voz.
Esa llamada de atención se radicaliza en la ropa —llamativa, provocadora y hasta blasfema—, en los gestos —amenazantes, oscuros, demonizados— y en las prácticas extremas —como la autoflagelación y los cortes. Los emos son parte de esta encrucijada tan especial de las culturas juveniles contemporáneas.
Ser diferentes implica entonces una apuesta mayor.
Visto y leído en Clarin / Bs. As. / Argentina

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