Algo de eso saben quienes siguen de cerca los acontecimientos de este mundillo de gente que a veces trabaja, literalmente, por amor al arte. Suelte una pregunta en una conversación trasbastidores con músicos de las grandes ciudades de este país y escuchará los mil y un cuentos de horror. Un amigo músico, optimista por vocación, me llama ocasionalmente para ponerme al día con la trama de tragedias de Nueva York. "Yo trabajo todos los días y más o menos mantengo un techo sobre mi cabeza, pero conozco músicos que luego de tocar se van a comer al soup kitchen con los desamparados".
Las músicas cuentan con gente devota. A veces al punto de lo religioso. Esa devoción los lleva a conocer a fondo la trastienda del negocio y a contribuir para mantener en pie su economía. Pero el jazz, como sugiere el escritor Nate Chinen en un artículo de The New York Times, vive de un ejército de voluntarios que se mueve entre las destrezas y las milagrerías. No hace falta decir que los músicos que viven de su arte buscan vivir con un mínimo de decencia. No es fácil. Y por eso hace falta tener una voluntad descomunal para crear sin pensar si vale la pena creer en lo que se hace.
Eliseo Cardona
Miami Beach / Florida
Ilustración: Musicos / Juan Frances
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