Una distancia particularmente grande separa a la música clásica occidental de las músicas negras, cuyo conocimiento, ejecución y apreciación parecen regidos por criterios diferentes.
Cada ser humano y cada civilización dan prioridad a uno o varios sentidos en
su aprehensión del mundo. Mientras en Occidente el ojo ocupa un lugar preeminente en las sociedades negras se da más importancia al oído. El mundo occidental, que atribuye un papel preeminente a las artes plásticas y a lo escrito (que pasan por la vista), tiende a apreciar la música de forma a veces cerebral, a través de la partitura y de la interpretación (considera una "lectura" de la obra), ligada a convenciones relativamente restrictivas y apartadas de lo corpóreo.
su aprehensión del mundo. Mientras en Occidente el ojo ocupa un lugar preeminente en las sociedades negras se da más importancia al oído. El mundo occidental, que atribuye un papel preeminente a las artes plásticas y a lo escrito (que pasan por la vista), tiende a apreciar la música de forma a veces cerebral, a través de la partitura y de la interpretación (considera una "lectura" de la obra), ligada a convenciones relativamente restrictivas y apartadas de lo corpóreo.
En Occidente se establece también una distinción muy marcada y casi una dicotomía entre la música clásica (que incluye la música sacra), considera música "seris", y la música popular o folklórica, que queda desvalorizada.
Mientras en Occidente se insiste en la fidelidad a pautas establecidas, en el África y la América negra se valorizan la imaginación y la improvisación en la oratoria, la música y la danza. Ahora bien, en la música negra, el bailarín se ciñe ciegamente al ritmo: el mismo, disociando las partes del cuerpo, crea su propios polirrítmos a semejanza de un instrumento musical.
Esta manera polirrítma de bailar es la clave de todas las danzas latinocaribeñas. Los bailarines de esas regiones nunca procuran imitar exactamente la complejidad del tempo; en realidad, sus movimientos dan con su propio contrapunto a la textura de los ritmos.
La interpretación de la obra occidental, con el ceremonial que la rodea -el escenario elevado que separa al público de los músicos; el director de orquesta imponiendo, batuta en mano, su concepción de la obra; el atuendo de gala (frac, traje de noche), el silencio casi religioso y la postura estática exigida durante el concierto, y la salva final de aplausos-, demuestra la distancia que la separa del auditor, que no participa físicamente en el fenómeno musical y no está autorizado a bailar con la música o exteriorizar de manera demasiado visible sus emociones.
Extractado / Fuente: Isabelle Leymarie, "La vista y el oído", publicado en Revista El correo de la Unesco, mayo de 1995.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario