El especialista en fenomenología, hermeneútica y neuromusicología sostiene -en entrevista con Angel Vargas y publicada en La Jornada de México(10/03/06)- que la música es una facultad inherente a la naturaleza humana y no una capacidad adquirida, sin negar sus funciones culturales y sociales.
"La música es una facultad natural. Este aspecto implica un debate sobre innatismo, es decir, si nacimos con una mente virgen o si ya hay algo en ella al nacer. Soy defensor de esta teoría y creo que nacemos con facultades innatas, entre ellas predisposiciones musicales. Esto significa que la forma que tiene el recién nacido de relacionarse con el mundo exterior y su propio mundo interno es protomusical". "El cerebro es un órgano que se autorganiza, sin embargo, ya están presentes las facultades y lo que hace uno con ellas depende del entorno social. La música es, por tanto, una facultad natural, no un conocimiento cultural. Esto no significa que no tenga funciones culturales ni sociales."
Pitágoras pensaba que la música era un número; Aristoxenus, su discípulo, consideraba que la música generaba emociones y sensaciones. "Desde aquel tiempo, en el mundo occidental se ha concebido a la música o de forma demasiado matemática, que la esencia de la música es el número; o al contrario, que la música provoca sensaciones, emociones, reacciones físicas. "Ahora, las emociones no son sólo cerebrales, implican reacciones de organismo y cuerpo. Sí hay una relación muy fuerte entre las músicas y las emociones".
Por su parte, Gomar Cisternas -comenta en Goliardos-Wordpress argumentando su posición en el sentido de que, aun habiendo otras expresiones que puedan definir nuestra identidad sociocultural, la música en este sentido nos representa y nos incluye a todos. Sostiene que junto con el lenguaje, esta manifestación artística (toda vez que requiere de habilidad) y cultural (por ser parte de nuestra forma de vida) es uno de los únicos mecanismos que, aparte de aparecer sólo en la especie humana, se desarrolla de forma fenotípica, es decir, viene en nuestros genes, se activa con la interacción y se hace notoria concretamente. La música tiene su mayor influencia en la adolescencia, cuando el ser humano busca definir la personalidad que tendrá en su estado adulto.
Debido a esto, el ser humano es, por naturaleza, un ser musical. Y es así como lo plantea el Dr. Stefan Kölsch, neurocientífico del Instituto Max-Planck de Alemania, quien en un estudio junto a su equipo llegó a la conclusión de que el cerebro humano ha desarrollado una gran afinación para recepcionar y producir música, no importando la educación musical del individuo o si a éste le interesa mucho la música. “Vemos en nuestros experimentos que la gente, que a sí misma se considera muy poco musical y que nunca ha tocado un instrumento, es capaz de procesar la información musical que le presentamos de forma muy precisa y con gran exactitud”.
Todo esto es lo que nuestra historia nos revela. Hace más de 300 mil años, los primeros homínidos ya daban señales de expresión musical, tanto a través de sonidos vocálicos como con instrumentos de madera, hueso o piedra. El proceso de producción musical se volvió cada vez más complejo y el sentido de la música se tornó tan importante que ésta se convirtió en un instrumento de multiuso para toda clase de actividades, ritos y expresiones artísticas y emocionales.
Cada cultura alrededor del mundo posee su propia música. La música es un magnífico punto de referencia para que los seres humanos nos identifiquemos, ampliamente en sociedades y particularmente en individuos. Cada punto geográfico, histórico, social y psicológico tiene su particularidad musical, la cual está fuertemente ligada a su idiosincrasia y/o personalidad.
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